Hay tardes en el hospital en las que te das cuenta de que formas parte de un todo enorme, de personas que cuidan, de otras que son cuidadas, de personas que han estudiado mucho para poder curar a otros, que han hecho de eso su forma de vida, de personas que juegan para que otras respiren, tardes en las que de nuevo eres consciente de que este pequeño mundo-hospital que habitamos cada semana, gira gracias a la fuerza de muchos corazones palpitantes.
Ayer fue una de ellas.
Pastelete y yo (Tónica Piposa) visitamos varias habitaciones, todas con mascarilla porque las defensas estaban en general un poco bajitas. Cuando las defensas están bajitas todos en la habitación tienen que llevar mascarilla. Todos quiere decir, todos. Las mamás, los papás, los hermanos y también los payasos. Los peques son taaan sabios que pueden detectar las sonrisas sólo con ver los ojos de las personas que les acompañan. ¡Imposible esconder la ternura!
A veces hay habitaciones en las que no tenemos permitido entrar, puede ser que el peque tenga que estar especialmente protegido, o puede que algún bichito impertinente haya decidido instalarse en sus naricillas o en sus barriguitas o en algún otro rincón de su pequeño cuerpo. Las enfermeras, que cuidan de todos, también de los payasos, y saben lo que es mejor, tienen siempre la última palabra. Siempre, siempre, les hacemos caso y son nuestras mejores guías.
Luis es un amigo muy especial que está en una de esas habitaciones.
«Mejor no paséis»-nos dice la enfermera con los ojos un poco apagados- y nosotros ponemos en marcha el «plan B» y nos vamos a conocer a Luis a través de la ventana de la habitación. En estos casos, en los que entre el peque y nosotros hay un cristal un poco frio y un poco grueso que no podemos atravesar con canciones,
sacamos de la maleta de payaso nuestros pañuelos de seda, las marionetas, nuestros peluches, nuestras burbujas y le plantamos cara a los bichitos con todos los colores del arcoíris. Pero este «plan B» no funciona en la habitación de Luis, porque Luis casi no puede vernos. Al menos no con los ojos, porque con el corazón, vaya que si nos ve. Nos hace agacharnos a su altura, nos da besos a través del cristal, muchos, muchos besos, nos invita a pasar a verle y aún con el cristal en medio, podemos percibir su ternura y sus ganas de jugar con nosotros. Con él están sus abuelos y su papá y alguno de ellos ha debido excusarnos diciéndole que no podemos entrar a verle porque ya son muchos en la habitación, (Luis no sabe de bichitos instalados en su cuerpo), porque de repente su sonrisa se llena de luz y nos dice:
—Entrad payasos, entrad, que les digo a mis “agüelos” que se salgan para que entréis vosotros, porfa, pooorfa, ¡entrad payasos! ¡Que mis “agüelos” siempre me hacen caso!
La nariz de payaso es un escudo protector, casi casi un blindaje para nuestros corazones llenos de ternura. Pero no hay blindaje ni escudo que pueda resistirse a esta sonrisa. Le hacemos un guiño a papá, y al abuelo, y con gritos capaces de derribar cristales, le decimos a Luis que nos espere, que enseguida volvemos.
Pastelete y yo nos miramos antes de decidir qué hacer, cogemos aire, tranquilos y decididos a dar el paso de hablar con las enfermeras, vamos a entrar a ver a Luis. ¡¡O al menos vamos a intentarlo!!
La respuesta de las enfermeras no puede ser mejor. Nos sonríen, nos dan las gracias, nos ayudan y se emocionan con nosotros, todos estamos decididos a dar lo mejor que tenemos para que la sonrisa de Luis sea aún más luminosa. ¡Tenemos que ver esa sonrisa en directo!! Nos ponen batas, guantes, mascarillas, ellas, las enfermeras, se encargan de cuidarnos, ellas atan los cordones con lazadas hermosas y nos dan abrazos al ponernos las mascarillas, nos animan y se quedan pegadas al cristal cuando por fin entramos en la habitación. ¡Lo hemos conseguido!
Cuando entramos en la habitación Luis nos hace una fiesta. No para de dar saltos, nos canta, se ríe con nuestras tonterías, nos reímos con las suyas, nos enseña sus canciones favoritas, está taaan feliz de escucharnos y de estar con nosotros sin cristal de por medio que decide hacernos miembros de su club especial y nos enseña su saludo ultrasecreto. Sentimos que nuestros corazones no pueden estar más felices. Su abuela ha salido de la habitación, está del otro lado del cristal, donde antes estábamos nosotros, y el le guiña un ojo y la saluda feliz de tenernos un ratito dentro.
Gracias Luis, gracias desde la nariz, por enseñarnos que la alegría y la ternura son los bichitos más contagiosos que existen.
por Virginia Del Baño (Tónica Piposa)
*Los nombres de los niños son inventados